Yo nací en Santander, Cantabria, un
lugar monolingüe del norte de España. Vivía en Puente san Miguel y el resto de
mi familia no a más de diez kilómetros de allí, con lo que todos hablábamos de
la misma manera. En mi tierra,
Cantabria, era muy común el quitar la letra “d” de las palabras terminadas en
–ado, como por ejemplo se decía agarrao (queriendo decir agarrado), ir a todos
los laos (refiriéndote a ir a todos los lados) y cosas así. También había
palabras típicas de aquí como decir madreñas (que significa albarcas), mancar
(que quiere decir herir o lastimar), el miruellu (que es un pájaro llamado
mirlo), magano (calamares), etc.
A los cinco años, en primero de
primaria, me inicié en un nuevo idioma, el inglés. Mi primera profesora fue
Hada, una señora ya mayor con la que estuve durante mis tres primeros años de
inglés. En tercero de primaria mis padres me apuntaron a una academia de
inglés, a la cual el primer año no me apetecía mucho ir, pero eso solo fue el
primer año, ya que después el idioma me empezó a gustar y me di cuenta de lo
importante que podía ser para mí. Ya he conseguido el título del B1, que es el
examen anterior al que te piden en la universidad para poder convalidar esta
asignatura. A la hora de practicarlo no he tenido tanta surte ya que no he
estado en ningún país en el que el inglés sea la lengua oficial, al contrario
que con el francés, un idioma que empecé a estudiar en primero de la ESO. En
este idioma tuve la suerte el curso pasado de participar en un intercambio con
un colegio de Francia, el colegio estaba en un pueblo llamado l´dorat. Todavía
recuerdo el primer día cuando la profesora entró por la puerta ya hablando
francés, yo me quedé mirándola sin saber que decir y en cambio otros de mi
clase la contestaron en francés, ya que la habían estudiado antes, con un “Ça
va?”. Por desgracia este año, en cuarto de la ESO, he tenido que dejar de
estudiar este idioma debido a las optativas.
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